La conjura
Bruno Marcos
La noticia del fin del blog ha hecho que unos lectores me digan que no puede ser, que quedan muchas historias abiertas, otros me proponen cambiarlo de nombre y continuar, los que quizá más lo han seguido -y gracias a ellos no he abandonado- han sido los más estoicos, pero sólo el agente maoísta se ha permitido el lujo de exigirme que cumpla la promesa de clausurarlo.
Yo no valgo para las conjuras, mi instinto nato por llevar la contraria cuando dos o más personas parecen estar de acuerdo fabrica en mí una fantasía de libertad inigualable.
Fuimos citados en un café al que nunca voy, llegué un poco antes, lo registré y salí para esperar fuera. Es de recibo en las conjuras quedar citados siempre en la calle para fingir que el encuentro es casual o por si hay que disolverse, nunca se sabe quién puede haber agazapado dentro de los bares.
Lo cierto es que no sé cómo se llegó a poner en cuestión que la literatura no era conveniente para los fines revolucionarios del arte contemporáneo, esa entelequia que a fuer de ser institucionalizada ahora deviene de mamarrachada en metafísica. Yo, generosamente, en perjuicio de mis gustos, reconocí que ciertamente, aunque la mayor crítica la van realizando los novelistas en las épocas, la literatura, al volver literario de lo que se ocupa, lo torna entrañable, así Galdós, o, mejor, Valle cuando refleja la indigencia humana esperpentizándola nos la troca adorable y deseamos perpetuarla de algún modo. Tal vez me faltó añadir – por no excederme- que esa ternura es precisamente lo valioso, que esa empatía con lo humano es lo verdaderamente crítico, lo esencialmente revolucionario.
El agente maoísta, como si le siguieran legiones y éramos sólo 3, quería hacer un archivo del archivo efímero y volátil que es el mundo, en consentida patología del mal diagnosticado por Derrida, con una pasión laberíntica por lo insignificante puramente novelera. Yo por no citar por enésima vez el cuentito de Borges sobre la ciencia de la cartografía delirante que hace el mapa igual en tamaño al territorio que representa o por no poner el ejemplo de cómo acabó el pobre Bartleby añadí que eso es muy loable pero tales proyectos deberían corresponderle a las instituciones que, muy cucas, siempre que pueden hacen dejación de sus funciones del absurdo.
La ambición del discurso del agente maoísta me resulta tan antigua que incurro en la imprudencia de llamarle ingenuo y él, muy acertadamente, me llama postmoderno porque no concibo ya nada sin el humor o el sentimiento, tomarse en serio el mundo mundanal para el hombre actual es ser patético.
No es por recurrir al mito pero hasta los hados intervinieron para que el memorando de tal conjura se lo llevase el viento hasta unos orines por un instante.
La noticia del fin del blog ha hecho que unos lectores me digan que no puede ser, que quedan muchas historias abiertas, otros me proponen cambiarlo de nombre y continuar, los que quizá más lo han seguido -y gracias a ellos no he abandonado- han sido los más estoicos, pero sólo el agente maoísta se ha permitido el lujo de exigirme que cumpla la promesa de clausurarlo.
Yo no valgo para las conjuras, mi instinto nato por llevar la contraria cuando dos o más personas parecen estar de acuerdo fabrica en mí una fantasía de libertad inigualable.
Fuimos citados en un café al que nunca voy, llegué un poco antes, lo registré y salí para esperar fuera. Es de recibo en las conjuras quedar citados siempre en la calle para fingir que el encuentro es casual o por si hay que disolverse, nunca se sabe quién puede haber agazapado dentro de los bares.
Lo cierto es que no sé cómo se llegó a poner en cuestión que la literatura no era conveniente para los fines revolucionarios del arte contemporáneo, esa entelequia que a fuer de ser institucionalizada ahora deviene de mamarrachada en metafísica. Yo, generosamente, en perjuicio de mis gustos, reconocí que ciertamente, aunque la mayor crítica la van realizando los novelistas en las épocas, la literatura, al volver literario de lo que se ocupa, lo torna entrañable, así Galdós, o, mejor, Valle cuando refleja la indigencia humana esperpentizándola nos la troca adorable y deseamos perpetuarla de algún modo. Tal vez me faltó añadir – por no excederme- que esa ternura es precisamente lo valioso, que esa empatía con lo humano es lo verdaderamente crítico, lo esencialmente revolucionario.
El agente maoísta, como si le siguieran legiones y éramos sólo 3, quería hacer un archivo del archivo efímero y volátil que es el mundo, en consentida patología del mal diagnosticado por Derrida, con una pasión laberíntica por lo insignificante puramente novelera. Yo por no citar por enésima vez el cuentito de Borges sobre la ciencia de la cartografía delirante que hace el mapa igual en tamaño al territorio que representa o por no poner el ejemplo de cómo acabó el pobre Bartleby añadí que eso es muy loable pero tales proyectos deberían corresponderle a las instituciones que, muy cucas, siempre que pueden hacen dejación de sus funciones del absurdo.
La ambición del discurso del agente maoísta me resulta tan antigua que incurro en la imprudencia de llamarle ingenuo y él, muy acertadamente, me llama postmoderno porque no concibo ya nada sin el humor o el sentimiento, tomarse en serio el mundo mundanal para el hombre actual es ser patético.
No es por recurrir al mito pero hasta los hados intervinieron para que el memorando de tal conjura se lo llevase el viento hasta unos orines por un instante.
5 Comments:
me recuerda al club de las almendritas saladas de Narciso trapiello
Otoño que habla con la nariz. Ganso
que ventosea debido a la avena. Viento,
que rellena las lagunas del aire.
En los manzanos secos es permanente
y como al ego
le gustan las salas de los espejos,
morimos como los que
salen uno en pos del otro y, al no reconocerse,
nunca llegan a encontrarse...
el blog tiene que morir para ser ETERNO
Se buscan galanes. Como los de joyce. Al viejo estilo.
Al corro de la patata...
-patata caliente, que corre de mano en mano-
evohé, evohé, sentadito me quedé.
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